La negación del COVID-19 es el tipo de negacionismo formado por el conjunto de hipótesis y teorías de la conspiración que niegan la evidencia convincente de la existencia de la enfermedad COVID-19, de la existencia del virus SARS-CoV-2, de la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2 en 2020, y/o que el SARS-CoV-2 cause el COVID-19. Los negacionistas se han presentado en las distintas clases sociales, y en distintos países, desde ciudadanos desconfiados de las autoridades nacionales y los medios de comunicación, hasta promotores de pseudoterapias como el MMS/ Dióxido de Cloro o la plata coloidal, influencers convencidos de la medicina alternativa o políticos populistas como el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro[1]. También hay algunos chiflados con kilometraje que se han unido a las voces negacionistas, tales como David Icke, Robert Kennedy Jr., Luc Montagnier, Bob Sears, Chinda Brandolino, Alex Backman y la revista DSalud, solo por contar algunos (nótese que, con excepción de David Icke, estos magufos también son activos antivacunas). Los promotores de la negación y las teorías del conspiravirus son llamados ahora en redes sociales: "covidiotas" (del neologismo inglés "covidiot").
Conocimiento básico del COVID-19
El consenso científico establece que el SARS-CoV-2 es un virus nuevo detectado por primera vez en Wuhan, China, por lo menos desde diciembre del 2019, producto de la zoonosis entre humanos y posiblemente murciélagos, teniendo a los pangolines como intermediarios entre las especies. Todo indica que el virus se originó en los mercados húmedos en Wuhan, donde se encontraban en venta animales salvajes para su consumo y para remedios de la medicina tradicional china. Este virus es un miembro de la familia de los denominados coronavirus, y es causante de la enfermedad COVID-19. El SARS-CoV-2 es un virus altamente contagioso, por lo que rápidamente se propagó por todo el mundo a principios del 2020, convirtiéndose en una pandemia que colocó al mundo en situación de desastre natural y crisis económica. Las medidas básicas para evitar el contagio son relativamente sencillas para el común de las personas: lavarse las manos adecuadamente, evitar aglomeraciones y estar demasiado cerca unos de otros practicando la sana distancia (aproximadamente 1.5 m de distancia), usar mascarillas o cubrebocas especialmente en espacios cerrados y permanecer en casa hasta que las autoridades sanitarias establezcan el fin de la cuarentena.
Los síntomas del COVID-19 pueden ser dolor de garganta, fiebre, tos y (en casos graves) dificultad para respirar (parece ser que un alto porcentaje de los infectados puede ser asintomático), y ante la sospecha de estar contagiado, la recomendación es permanecer en cuarentena en casa; si se presentaran complicaciones, la recomendación es llamar a los servicios de salud y esperar, no salir y arriesgar a otros.
Hasta la última actualización de esta entrada, la pandemia por COVID-19 supera los 90 millones de infectados y más de 1.9 millones de muertes en todo el mundo; se estima que alrededor de un 5% de los contagiados pueden llegar a agravarse. La muerte se presenta, principalmente, porque el COVID-19 puede complicarse hasta generar neumonía, aunque algunos estudios comienzan a mostrar que el coronavirus puede causar daño en otros órganos, como el corazón, el hígado, el intestino y el cerebro[2]. El grupo de riesgo abarca ancianos, fumadores, mujeres embarazadas o lactantes, personas obesas y/o con enfermedades crónicas, y personas con un sistema inmune comprometido, aunque no existe un grupo de personas que no pueda contagiarse o que no esté en un grado de riesgo. Las desigualdades económicas en algunos países, como EEUU, han causado que la pandemia se propague principalmente en personas de clase baja, usualmente afrodescendientes, latinos e inmigrantes, que en general se ven obligados a trabajar en tiempos de cuarentena, a menudo con pocas garantías de salubridad en sus trabajos.
Aun existen varias líneas de investigación abiertas sobre los orígenes, modos de contagio, tratamiento, y (obviamente) la vacuna para combatirlo, así como diversas cuestiones sobre los efectos económicos, ambientales, sociales, bioéticos, políticos y educativos de la pandemia. En diciembre del 2020 comenzaron las campañas de vacunación en varios países, luego que vacunas como la producida por Pfizer-BioNTech, la rusa Sputnik V, la alemana Cure Vac, Oxford-Aztra Zeneca y Moderna demostraran un alto grado de efectividad y seguridad (aún existen dudas legítimas de las últimas cinco, ya que aún se espera de la publicación de resultados revisados por pares). Para preocupación de muchos, se han detectado distintas variedades del COVID-19, fenómeno totalmente esperable en un virus tan contagioso (aumentando así las probabilidades de mutar), siendo la variante identificada en Reino Unido la que ha demostrado ser aún más contagiosa. Se han identificado otras variantes en Sudáfrica y Japón, aunque no se espera que estas y otras futuras variantes no puedan ser prevenidas por las vacunas ya en circulación.
Hasta la última actualización de esta entrada, la pandemia por COVID-19 supera los 90 millones de infectados y más de 1.9 millones de muertes en todo el mundo; se estima que alrededor de un 5% de los contagiados pueden llegar a agravarse. La muerte se presenta, principalmente, porque el COVID-19 puede complicarse hasta generar neumonía, aunque algunos estudios comienzan a mostrar que el coronavirus puede causar daño en otros órganos, como el corazón, el hígado, el intestino y el cerebro[2]. El grupo de riesgo abarca ancianos, fumadores, mujeres embarazadas o lactantes, personas obesas y/o con enfermedades crónicas, y personas con un sistema inmune comprometido, aunque no existe un grupo de personas que no pueda contagiarse o que no esté en un grado de riesgo. Las desigualdades económicas en algunos países, como EEUU, han causado que la pandemia se propague principalmente en personas de clase baja, usualmente afrodescendientes, latinos e inmigrantes, que en general se ven obligados a trabajar en tiempos de cuarentena, a menudo con pocas garantías de salubridad en sus trabajos.
Aun existen varias líneas de investigación abiertas sobre los orígenes, modos de contagio, tratamiento, y (obviamente) la vacuna para combatirlo, así como diversas cuestiones sobre los efectos económicos, ambientales, sociales, bioéticos, políticos y educativos de la pandemia. En diciembre del 2020 comenzaron las campañas de vacunación en varios países, luego que vacunas como la producida por Pfizer-BioNTech, la rusa Sputnik V, la alemana Cure Vac, Oxford-Aztra Zeneca y Moderna demostraran un alto grado de efectividad y seguridad (aún existen dudas legítimas de las últimas cinco, ya que aún se espera de la publicación de resultados revisados por pares). Para preocupación de muchos, se han detectado distintas variedades del COVID-19, fenómeno totalmente esperable en un virus tan contagioso (aumentando así las probabilidades de mutar), siendo la variante identificada en Reino Unido la que ha demostrado ser aún más contagiosa. Se han identificado otras variantes en Sudáfrica y Japón, aunque no se espera que estas y otras futuras variantes no puedan ser prevenidas por las vacunas ya en circulación.
Aunque aún exista mucho qué aprender sobre el nuevo coronavirus, es un hecho que la ciencia ha acumulado importantes conocimientos en distintos campos sobre el mismo, los cuales sirven de base para nuevas investigaciones para paliar la pandemia y prevenir contagios.
Varias formas de negar el coronavirus
Los negacionistas presentan variadas razones, excusas, y teorías para negar algunas partes o todo el conocimiento científico sobre la pandemia de COVID-19. Algunas de las siguientes afirmaciones quedaron en el olvido conforme avanzaba la pandemia en 2020, mientras otras siguen siendo virales en redes sociales y sitios web:
- La pandemia de COVID-19 es un invento mediático para controlar a las masas (inserte aquí su responsable preferido: el gobierno de China, Donald Trump, Rusia, el gobierno de Israel, los neoliberales, los socialistas, Bill Gates, los masones, el Nuevo Orden Mundial).
- Es todo una conspiración para hacer que caiga el capitalismo, colapse la economía e instaurar el marxismo cultural (inserte nuevamente su responsable preferido: George Soros, China, Rusia, el Nuevo Orden Mundial).
- No existen pruebas de la existencia del SARS-CoV-2, de su aislamiento, purificación y secuenciación, y por tanto, tampoco hay pruebas de la eficacia de los métodos de diagnóstico (alegato similar al que presentan algunos negacionistas del sida) ni de vacunación.
- El SARS-CoV-2 en realidad no existe, sino que son las ondas electromagnéticas de las antenas 5G las que están enfermando a medio mundo. El COVID-19 en realidad es un exosoma influido por la contaminación electromagnética causada por este tipo de antenas con el fin de enfermar a la población (aquí vamos de nuevo con los sospechosos: China, Rusia, EEUU, el FMI, el Banco Mundial, los Rockefeller, los Rothschild, la ONU con la agenda 21, el Nuevo Orden Mundial).
- El SARS-CoV-2 en realidad es un parásito y no un virus, que puede curarse con "terapia de electromagnetismo y nanotecnología", junto a remedios caseros (como asegura el curandero venezolano Sirio Quintero, respaldado por el dictador Nicolás Maduro).
- Sí existe el COVID-19, pero se han exagerado las cifras de contagios y muertos en el mundo (los modelos epidemiológicos, de hecho, estiman que por cada caso confirmado, puede haber de 6 a 10 casos sin confirmar).
- Existe el COVID-19, pero puede curarse fácilmente con dióxido de cloro, vitamina C, terapia magnética, plata coloidal, o algún otro producto milagro.
- Existe el SARS-CoV-2, pero no es un virus que mutara de forma natural, sino que es una creación de laboratorio que se salió de control o fue usado como arma biológica (los sospechosos habituales ya los conoce).
- El COVID-19 en realidad no es peligroso y si lo es, solo afecta a personas ancianas y con enfermedades crónicas. La cuarentena es, por lo tanto, innecesaria.
- La cuarentena es innecesaria porque afecta la vida cotidiana y la economía. Lo mejor sería continuar con la actividad cotidiana, solo teniendo en cuenta las medidas de higiene y sana distancia.
- El uso de cubrebocas es innecesario e incluso es perjudicial, porque puede ser dañino al impedir la correcta respiración, causando hipoxia falta de oxígeno (alegato estrella de los anticubrebocas).
- La pandemia es un castigo de Dios por los pecados del aborto, la eutanasia y/o el matrimonio igualitario. Por tanto, es un evento sobrenatural y no un desastre natural con causas sociales propias. El COVID-19 puede ser derrotado con la fe y la oración.
- La cuarentena es un pretexto del gobierno mundial para separar a las familias y evitar que los fieles vayan a misa.
- No existe el COVID-19, en los hospitales se está orquestando un genocidio para robar el líquido sinovial de las rodillas porque es más caro que el oro o el platino.
Negación del COVID-19 y antivacunas
La relación entre el movimiento antivacunas y los distintos negacionistas del COVID-19 era algo esperable, que muchos profesionales de la salud atentos a la infodemia ya suponían que surgirían. Era evidente debido a que las fuentes de ambos grupos son las mismas: la conspiranoia y los fake news. El Dr. David Gorski escribe[3], en el blog Science-Based Medicine:
Ambos grupos de teóricos de la conspiración comparten una intensa desconfianza hacia el gobierno, particularmente los CDC y la FDA. Ambos comparten una desconfianza igualmente intensa hacia las grandes farmacéuticas, mientras que fetichizan la libertad individual por encima de todo lo demás, con antivacunas invocando "libertad de salud" y "derechos de los padres" y negadores de COVID-19 invocando autonomía corporal absoluta y el "derecho" a hacer lo que quieran, incluyendo violar el distanciamiento social. Las creencias de ambos grupos tienen sus raíces en las teorías de la conspiración, y la teoría de la conspiración central del movimiento antivacunas es que el gobierno, la gran industria farmacéutica, y la profesión médica tiene evidencia de que las vacunas causan autismo y daño pero lo están encubriendo, y las creencias de los negadores de COVID-19 están basadas en una o más de varias teorías de conspiración... Ambos tienen una tendencia a la negación de la teoría de los gérmenes, trabajando felizmente bajo el engaño de que, debido a que son tan "saludables", porque viven estilos de vida tan ejemplares, hacen ejercicio y comen los alimentos "correctos", tiene sentido que los negadores de COVID-19 no piensen que el COVID-19 es una amenaza para ellos o sus seres queridos, así como los antivacunas tampoco piensan que las enfermedades prevenibles por vacunación son una amenaza para ellos y sus seres queridos.
Gorski también anota la falta de responsabilidad social y el individualismo egoísta de estos grupos como algo distintivo, pues ninguno está interesado en el daño que causan sus acciones. Desde inicios de abril del 2020 se han presentado manifestaciones para "reabrir la economía" y poner fin a la cuarentena; inicialmente, las manifestaciones solo se habían presentado en EEUU, aunque ya se cuentan con manifestaciones similares en Reino Unido, Alemania, Francia, España, México, Argentina y Brasil. En los casos de EEUU y Brasil, las marchas han sido apoyadas por sus respectivos presidentes, Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Los menifestantes muestran los mismos reclamos que los antivacunas en otro tiempo: "No consiento", "No cumplo", "Dame libertad o dame la muerte", haciendo hincapié en su supuesto derecho a decidir sobre su cuerpo (ignorando que su derecho entra en contradicción con el riesgo de convertirse en un agente de contagio e infectar a otros); por su parte, los medios de comunicación, influencers y políticos que promueven el negacionismo y exigen "reabrir la economía", apelan a la libertad de expresión (ignorando nuevamente que la libertad de expresión no te justifica para poner en riesgo a otros); se alega que el COVID-19 en realidad no es tan peligroso, que solo afecta a un grupo de riesgo muy pequeño que son innecesarios para la reactivación económica (como los ancianos), que es menos letal que una gripe o que puede ser tratada con suplementos y productos milagro que "refuerzan el sistema inmune" (y que convenientemente suelen vender estos negacionistas) o que es preferible enfermarse para adquirir inmunidad natural; todo esto no son más que tácticas propias de los movimientos antivacunas utilizadas en sus protestas, refiriéndose a otras enfermedades como la influenza, el sarampión o la tuberculosis.
Es curioso que las manifestaciones apelen a reactivar la economía y al potencial desastre si no se hace lo más pronto posible, ya que una pandemia que empeora por no mantener las medidas sanitarias podrían causar un colapso económico aún peor. El argumento es notablemente similar al de los negacionistas del calentamiento global, pues mitigar las políticas ambientales solo agravará la crisis climática, lo cual se traducirá en una peor crisis económica, con políticas más restrictivas en el futuro si se postergan a mediano o largo plazo.
Otro punto común entre negacionistas del COVID-19 y los antivacunas en tiempos de la pandemia, es su curioso apoyo en utilizar ciertos fármacos no recomendados (y con riesgos comprobados) como tratamiento o como paliativo, tal como escribe Gorski:
Específicamente, ambos han abrazado la promoción del medicamento antipalúdico e inmunomodulador hidroxicloroquina ± el antibiótico azitromicina como cura milagrosa para COVID-19 por el "valiente médico inconformista" francés Didier Raoult, Donald Trump, el Dr. Mehmet Oz y los aliados de Trump en el prensa.
La azitromicina es un antibiótico (no antiviral), y la hidroxicloroquina es un antimalárico usado también para la artritis y el lupus. Los estudios sobre la efectividad de la hidroxicloroquina (sola o en combinación con la azitromicina) para el tratamiento del COVID-19 siguen siendo pocos y exigen mayor investigación, pero debido a la presión social, en EEUU y Francia se cuenta con uso limitado de hidroxicloriquina para casos graves, en la espera de confirmación de su efectividad contra el COVID-19. Un estudio no aleatorio realizado por Magagnoli y colaboradores[4], con 368 hombres contagiados de coronavirus no solo no mostró beneficio alguno de la hidroxicloroquina, sino que alrededor del 28% de las personas que recibieron la hidroxicloroquina murieron, en comparación con el 11% que murieron por los tratamientos estándar. Por si fuera poco, se sabe que éstos son fármacos que pueden presentar efectos secundarios graves. Una versión actualizada[5] del citado estudio concluye que
no encontramos evidencia de que el uso de hidroxicloroquina, con o sin azitromicina, redujera el riesgo de ventilación mecánica en pacientes hospitalizados con Covid-19. Se identificó una asociación de aumento de la mortalidad general en pacientes tratados con hidroxicloroquina sola. Estos hallazgos destacan la importancia de esperar los resultados de estudios prospectivos, aleatorizados y controlados en curso antes de la adopción generalizada de estos fármacos.
El por qué los antivacunas se muestran favorables a estos fármacos, puede ser debido a que son de patente libre, por lo que Big Pharma gana menos con estos que lo que ganará con una futura vacuna. Es evidente que los negacionistas del COVID-19 hacen cherry-picking, seleccionando información que parece favorecer sus creencias y descartando o ignorando cualquier dato que no lo favorezca.
Un último punto en común entre ambos movimientos, señalado por Gorski, es que los dos son un foco potencial de infección. Los antivacunas han "resucitado" enfermedades que antes estaban erradicadas, como el sarampión, y los manifestantes en favor de "reabrir América" son un excelente punto para el contagio seguro, lo que también serán sus propuestas si llegan a ser legitimadas por los gobiernos estatales:
Me temo que esta alianza entre COVID-19 y el movimiento antivacunas, con su fecundación cruzada de retórica y táctica, particularmente cuando está impulsada por fondos y apoyo de varios grupos políticos que presionan para "reabrir América", tiene el potencial de hacer mucho peor a la pandemia de lo que tendría que ser.
Gorski señala que tal vez esto último sea un punto positivo después de un tiempo, una vez quede claro el peligro y cuánto puede afectar una enfermedad de esta clase.
El efecto Bolsonaro
El 24 de marzo del 2020, el presidente ultraderechista de Brasil, Jair Bolsonaro, apodado por The Intercept como "el negacionista del coronavirus más poderoso del mundo", pronunció un discurso televisado a nivel nacional donde, en plena contradicción con su Ministerio de Salud, sus alcaldes y gobernadores, y las autoridades sanitarias internacionales, criticó las medidas de distanciamiento social y cierre de empresas no esenciales, acusándolas de ser un crimen que atenta contra la economía nacional; también recomendó hidroxicloroquina para tratarse, culpó a la prensa de provocar histeria, e invitó al pueblo brasileño a volver a sus labores normales. Bolsonaro se volvería a pronunciar un día después, insistiendo en sus declaraciones anteriores y burlándose de quienes consideraban que la vida era más importante que la economía.
Para el 25 de marzo, según narra Bruno Sousa para The Intercept Brasil:
Ayer salí de la casa para comprar algunas cosas que necesitaba. Encontré todo el comercio abierto. Al pasar por bares, panaderías, talleres mecánicos, me las arreglé para escuchar las conversaciones. No había otro tema: todos hablaban sobre el coronavirus y el discurso del presidente.
Hasta ayer, pocas tiendas abrieron aquí. Y había menos gente en la calle de lo habitual. Vivo en un área simple, entre la favela y el asfalto. Aquí hay tiendas de ropa, algunos bares, cafeterías y talleres mecánicos y, por supuesto, pequeñas iglesias evangélicas.
Después de los ataques de Bolsonaro en la prevención de la salud pública, encontré aceras más llenas, con muchas personas mayores, incluida la mayoría de los hombres. No tanto como antes de la epidemia, pero estaba claro que muchas personas se sentían empoderadas para reanudar la vida normal a través del discurso del presidente. Después de todo, si la mayor autoridad del país está diciendo que se haga general, ¿quién soy yo para decir lo contrario?
Después de los discursos erróneos de Bolsonaro también comenzaron a darse pequeñas protestas en varias ciudades de Brasil. El efecto de una autoridad tan nociva como Bolsonaro aún no se conoce del todo, y solo conforme avanza la pandemia en aquel país sabremos los resultados, que no apuntan a ser mejores que otro presidente que ha mostrado su apoyo a las manifestaciones en su propio país: Donald Trump.
Como resulta lógico, cualquier variante de la negación del COVID-19 es potencialmente letal, como lo han probado los lamentables casos de negacionistas muertos durante la pandemia. En julio del 2020, el portal Redacción Médica informó de un joven de 30 años que había fallecido después de hacer una "fiesta COVID"; en septiembre se supo del fallecimiento del exconsejal estadounidense Tony Tenpenny a causa de coronavirus, luego de meses de publicar twits negacionistas donde aseguraba que la CDC y la OMS eran "asnos mentiros"; en octubre, el influencer ucraniano Dimitri Stuzhuk falleció por COVID-19, después de vacacionar en Turquía. En su última publicación en Instagram, tres días antes de fallecer, puede leerse: "yo también pensé que no había Covid, hasta que enfermé. ¡La covid-19 no es efímera!"; a finales de diciembre, amigos cercanos del cantante mexicano Armando Manzanero informaron que no creía en la existencia de la enfermedad. Fue durante ese mismo mes que su salud se vio severamente deteriorada por el COVID-19, falleciendo el 28 de diciembre por complicaciones asociadas a esta enfermedad.
Entrada revisada por Manuel Corroza Muro.
Véase también: 5G; Antimascarillas/Anticubrebocas; Bill Gates; Conspiravirus; COVID-19 y pseudociencia; Hidroxicloroquina y COVID-19; Infodemia; Movimiento antivacunas; Negacionismo.
Fuentes
* "El coronavirus no existe y no hay que aislarse: llega el negacionismo del Covid-19", por Ainhoa Iriberri, diario El Español.
* "The proximal origin of SARS-CoV-2", por Kristian G. Andersen, Andrew Rambaut, W. Ian Lipkin, Edward C. Holmes y Robert F. Garry, Nature Medicine, vol. 26, Marzo 2020.
* "How does coronavirus kill? Clinicians trace a ferocious rampage through the body, from brain to toes", por Meredith Wadman, Jennifer Couzin-Frankel, Jocelyn Kaiser y Catherine Matacic, Science’s COVID-19 reporting , Science.
* "COVID-19 pandemic deniers and the antivaccine movement: An unholy alliance", por David Gorski, Science-Based Medicine.
* "Decades of Science Denial Related to Climate Change Has Led to Denial of the Coronavirus Pandemic", por Neela Banerjee y David Hasmyer, Inside climate news.
* "The COVID-19 Pandemic Exposes The Harm Of Denying Scientific Facts", por Ethan Siegel, Forbes.
* "Brazil's Jair Bolsonaro, the world's most powerful coronavirus denier, just fired the Health Minister who disagreed with him", por Andrew Fishman, The Intercept.
Otras referencias
* "COVID-19 Aspectos biológicos, clínicos y sociológicos: una revisión", por Manuel Corroza Muro, Laura Camila Naranjo Barreto, Tomás Schmauck-Medina, Hermán Esteban Vega y Miguel Antonio Romero, Nullius in verba website.
* "El virus de la COVID-19 ni se creó ni se escapó de un laboratorio", por Antonio Figueras Huerta, Beatriz Novoa y Fernando González Candelas, The Conversation.
* "La imparable propagación del conspiravirus", por Luis Alfonso Gámez, El Correo.
* "Los terraplanistas del coronavirus: la red para contarte "la verdad" está impulsada por conocidos difusores de bulos", por Carlos del Castillo, eldiario.es.
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Última actualización 11/01/2021.
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